El abuelo era ferroviario.
Los trenes siempre habían sido una parte importante de su
vida sin quererlo.
De pequeño había oído tantas historias de estaciones que
apenas sabía distinguirlas. Igual todas eran la misma historia. Contada una vez
detrás de otra con distintos personajes o los mismos. Con esos caminos de
hierro como eje central de todo. Las cajas usadas como estanterías, la
fresquera en la ventana, el reloj y el silbato.
Anécdotas familiares dispuestas sobre la mesa sin aparente importancia.
Pero que fuero dejando un sabor ferroso en su paladar. Un regusto cercano,
cotidiano, de casa.
Años después descubrió que las vías del tren también servían
para suicidarse, pero esa es otra historia.
En casa siempre hubo historias y objetos ferroviarios, pero
cada vez menos. Su tesoro más preciado eran las sábanas de Renfe. Esas en las
que se acostaba de pequeño para ver paisajes, para soñar lejos, muy lejos. Esas
tan viejitas y tan suaves como una caricia del abuelo. Y antes de cerrar los
ojos podía oír el traqueteo de los raíles bajo la cama, el vaivén de los ejes
metálicos rozando entre si… el sonido, lejano, de los sueños llegando.
Os dejo una canción de amor que me dejó ayer K-.
AMOR DEL BUENO
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