No poder salir del hotel porque un grupo de monjes tapan la
salida pidiendo comida es una forma como otra cualquiera de empezar el quinto
día.
La mañana transcurre tranquila hasta la hora de jugar. Con
paciencia, llenos las manos de los niños de puntos azules. Tantos como ellos
saben decir en inglés. Los más avanzados se van con diez y algunos que son
nuevos se llevan dos y uno de regalo. Los más activos y motivados reciben un
punto en la frente sin preguntar y llaman corriendo a los demás que vienen también
a buscar el suyo.
La tarde es más calmada. Hoy toca película y aprovecho para
hacer alguna foto a la escuela y regalarle alguna polaroid a los niños que
orgullosos se pasean por el patio enseñándoselas a sus amigos.
La magia de las polaroids no viene de las fotos, si no de
las caras que ponen al verlas.
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