Todo el mundo sabe que los vascos son diferentes, otra raza.
Patrones genéticos únicos desde hace 7.000 años. Pero lo que diferencia a un
vasco no son sus genes, no son sus facciones o su acento. Lo que diferencia a
un vasco es su orgullo. De vasco. Un vasco jamás tiene miedo. Jamás siente
dolor o pena. Un vasco no llora, ni piensa en lo que ha perdido. Un vasco no
sufre. Pero todo eso es mentira. Un vasco llora y siente y padece y se caga en
tus muelas, pero luego te da dos palmadas en la espalda, mira el cielo gris y
dice que se ha quedado un buen día. Los vascos son diferentes porque su genoma es
más grande y por tanto todo lo que hacen es también a lo grande: comer, querer,
levantar piedras y claro, es difícil entenderlos. Lo que para ellos es normal
para el resto de españoles es demasiado o ridículamente excesivo. Los vascos
han sabido adaptarse para sobrevivir. Han tenido descendencia con gentes de
otras comunidades autónomas y disimulado sus costumbres exageradas para
integrarse dentro de la sociedad. Si alguna vez conoces a un vasco verás que
son reservados, colaboradores y huelen bien. Los vascos llevan piedritas en el
bolsillo. Cuando tienen un mal día meten la mano dentro y recuerdan su origen,
su grandeza y la piedra que te tirarían a la cara para que te calles.
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