sábado, 31 de diciembre de 2016

De que se acaba el año


Y por supuesto no se termina sin hacer balance anual y propósitos para año nuevo.

Han ocurrido muchas cosas muy importantes este año:

He conocido a mi vecino, una de las personas más grandes que hay. Una persona con la que merece la pena compartir la vida. Y no sólo por haber conseguido que nos fuéramos a Argentina, que también, por haber estado a mi lado todos y cada uno de los días de este año, hasta lo que no nos hemos visto o escrito. Porque cuando tienes un amigo como él sabes que pase lo que pase va a estar contigo. Siempre.

También decidí dejar mi antiguo trabajo, no fue fácil, pero la sensación de alivio fue tan tremenda que he disfrutado más la vida desde que tomé la decisión. Es verdad que ahora estoy trabajando en otro sitio que no me apasiona, pero pagan mejor y está más cerca de casa.

He perdido también un amigo. Hacía tiempo que no nos veíamos, pero su muerte me ha ayudado a enfrentarme al gran tabú de la muerte. Valga la redundancia. Cuando eres adolescente y muere alguien, tú como que no terminas de entenderlo, los que mueren son mayores y puede haber algún drama un poco más cercano, pero todo lo ves suficientemente lejos como para no querer entenderlo. Empecé el año enterrando a padres de amigos y pasé por encima de todos hasta que tuve que enfrentarme a la de O-. Y lo más impresionante ha sido que todo el miedo, el dolor y la pena se fueron en el segundo en el que un amigo de él que conocí en el tanatorio me dijo: “la vida son dos días y uno llueve” y esa hostia en la boca del estómago fue lo que necesité para aceptar la muerte. Darte cuenta de que da igual todo lo que hagas, da igual si vives 20 años que 100, serán siempre pocos. Y en nuestra mano está el disfrutarlos. La hostia fue comprobar que O- los aprovechó tanto que se marchó con toda la felicidad que pudo. Y aquí comenzó mi proceso: 
¿Y tú? Si te mueres ahora ¿podrías irte feliz? 
Tardé un par de meses en asimilarlo. La respuesta en mi caso es sí. Incluso cuando dejé el trabajo, incluso las semanas de locura de final de máster, incluso el día que estoy triste. Incluso ese día, entiendo que es circunstancial, que tengo la grandísima suerte de vivir donde vivo, de tener una familia estupenda, de compartir mi camino con unos amigos increíbles, de tener un plato de comida caliente, de poder irme unos días a la playa con el chico de la biblioteca, de ver nacer y crecer fuertes a todos mis sobrinos. Todo esto lo he visto gracias a que murió un amigo. ¿Me habría dado cuenta igual si no hubiera muerto? Yo creo que sí, pero habría tardado algo más.

Al próximo año no voy a pedirle NADA. A 2016 le pedí ser la mitad de increíble que 2015 y ha sido tan impresionante que quiero empezar el 17 sin ninguna expectativa, con la mente preparada para recibir las hostias y el corazón blandito para amortiguarlas. Cumplo 32 y eso hacen 8 los años que me quedan para completar mi lista de cosas que hacer antes de los 40. Y todas pasan por ser tremendamente feliz, por compartir mi vida con la gente que más quiero, por seguir queriendo a todas y cada una de las personas que están detrás de las pantallas de sus teléfonos dando los buenos días en Twitter. No sabéis lo importantes que llegais a ser hasta que no te vas un tiempo.
Y por supuesto, este año he cumplido el gran sueño de montar la web gracias  P-. Si alguien quiere verla puede enviarme un email o DM y se la paso si lo creo oportuno, la web también.

Procedo a realizar la lista de cosas por las que voy a recordar este año 2016:

-Ponerme un traje de apicultor en Taco Pozo, Argentina.
-Volver al camping sola.
-Conocer a mi vecino.
-Conducir por la carretera Panamericana.
-Ver a tres caballos salvajes corriendo por la carretera Panamericana en mitad de la noche.
-Tener una web.
-Mudarme dentro de mi propia casa.
-Montar en helicóptero.
-Tocar un pulpo vivo bajo el mar.
-Acabar el máster
-Ir todos los días a la biblioteca y demostrarme a mí misma que podía hacerlo.
-Ver las cataratas de Iguazú.
-Reírme a carcajadas buceando.
-Llorar de felicidad.
-Enamorarme.


Y la lista de cosas por las que quiero recordar 2017:

-No haber faltado ni un solo día a natación.
-Volver a Almería.
-No mudarme en todo el año.
-Aprobar el Advance.
-Conocer a gente maravillosa.
-Ver algo bonito
-Reírme a carcajadas todos los días.
-Llorar de felicidad.
-Enamorarme.
-Dormir al raso.

Y si no lo recuerdo por estos motivos será por otros mucho mejores, o completamente diferentes, pero que me harán igualmente feliz.


Espero que hayáis tenido un buen año.
Deseo con todas mis fuerzas que 2017 no os traiga nada de lo que deseéis.
Que os enseñe a disfrutar lo que ya tenéis.
A querer por encima de todo y de todos.
A ser felices como si la vida fueran dos días y uno lloviese.


miércoles, 28 de diciembre de 2016

La web.

En un grupo de fotografía de Facebook una vez subí una foto. Un FOTÓN, vamos. La foto estuvo aquí un tiempo igual alguno la recordáis. Unos cuantos pares de piernas con taconazos, tan largas como sus dueñas y al fondo agachada una chica mirando hacia atrás. La foto es para verla, de verdad. 
Total que la envié al grupo, la gente ponía sus fotos, gente aficionada experimentando con sus cámaras, enfoques, desenfoques, velocidades, obturadores, esas cosas de gente que se cree que sabe de fotografía porque se sabe toda la teoría. La foto apenas tuvo likes, pero se criticó la luz, en encuadre y el enfoque. Que si con este otro objetivo habría sido mejor, que si hubieras enfocado así la chica saldría más enfocada, que si IRSE A LA PUTA MIERDA. Esa foto está hecha en la calle, en un desfile de modelos a las que le pedí hacerle una foto a sus piernas mientras las llamaban para subir a la pasarela, justo en ese momento la puta china de atrás gira la cabeza y yo disparo. Sin mirar encuadre, luz, o velocidad. Disparo con los ojos cerrados porque veo la magnitud de la foto y sé que las posibilidades de que salga bien son mínimas. Me borré del grupo. Estuve años sin enseñar mis fotos. Porque sí, amigos siempre pueden ser mejores. Pero yo disparo en la calle, con la luz que me da el sol, o las farolas, con gente moviéndose o tapándose y de cada 100 fotos sale una y sí, podría ser mejor. Como todo en esta vida.

En unos días podréis visitar mi web de fotos. Vuelvo a enseñar mi trabajo :)

domingo, 4 de diciembre de 2016

Vuelta al trabajo

 Y quién me manda con lo bien que estaba yo llorando por ser pobre. Ahora sigo siendo pobre porque aún no he cobrado y, además, lloro por tener una panda de incompetentes a mi alrededor. Maravilloso.
Lo bueno es que me pilla al lado de casa, voy en bici (Recordadme que tengo que arreglar los frenos). 
Una vez más me he metido en un lugar de los de "quién me manda a mí", con todos los trabajos que hay en el mundo, con todos los colegios que hay en Madrid. Pero bueno, al final me lo terminaré pasando bien porque soy tan jodidamente positiva que hasta de una semana de mierda como esta saco algo bueno: robarle a mi padre unos helados del congelador y traérmelos a mi casa.

Genoma.

Todo el mundo sabe que los vascos son diferentes, otra raza. Patrones genéticos únicos desde hace 7.000 años. Pero lo que diferencia a un vasco no son sus genes, no son sus facciones o su acento. Lo que diferencia a un vasco es su orgullo. De vasco. Un vasco jamás tiene miedo. Jamás siente dolor o pena. Un vasco no llora, ni piensa en lo que ha perdido. Un vasco no sufre. Pero todo eso es mentira. Un vasco llora y siente y padece y se caga en tus muelas, pero luego te da dos palmadas en la espalda, mira el cielo gris y dice que se ha quedado un buen día. Los vascos son diferentes porque su genoma es más grande y por tanto todo lo que hacen es también a lo grande: comer, querer, levantar piedras y claro, es difícil entenderlos. Lo que para ellos es normal para el resto de españoles es demasiado o ridículamente excesivo. Los vascos han sabido adaptarse para sobrevivir. Han tenido descendencia con gentes de otras comunidades autónomas y disimulado sus costumbres exageradas para integrarse dentro de la sociedad. Si alguna vez conoces a un vasco verás que son reservados, colaboradores y huelen bien. Los vascos llevan piedritas en el bolsillo. Cuando tienen un mal día meten la mano dentro y recuerdan su origen, su grandeza y la piedra que te tirarían a la cara para que te calles.