El tiempo en la biblioteca es completamente diferente al del
exterior. En ella pasa despacio, sutil, apagado o fuera de cobertura. Empecé a
estudiar allí porque en casa no me concentro. Con 31 años ya tendría que saber concentrarme
en casa, pero no sé. Y con 31 años no me voy a poner a aprender. Me sirve,
además, para organizar mejor mi tiempo, ponerme guapa y darle los buenos días
al portero.
Llevaba varios días yendo cuando una mañana en la que había
pasado más horas tuiteando que estudiando apareció. Y el tiempo se detuvo. Aquel
día y el siguiente, y así una semana. Y no pasaba nada. Y se cortó el pelo y
otro día apareció con camisa y otro fue al baño. Y de pronto el tiempo, ese que
se había parado, entró con prisa por la puerta ya cerrada detrás de él. Octubre
llega y dejaré de ir a la biblioteca o dejará de ir él. Abrí la puerta
corriendo para que el tiempo volviera a frenarse pero ya no volvió o no volví
yo, ya no me acuerdo.
Y fue entonces cuando reuní todo el valor y toda la
vergüenza de mis 31 años estudiando en bibliotecas y escribí una nota con un
café y mi número de teléfono.