domingo, 29 de junio de 2014

111

Nunca me gustó ese autobús.
Cuando llegué aquí estuve a punto de cogerlo un par de veces. Pero conseguí evitarlo. Verlo solo me producía escalofríos. No sabía porqué.  Decidí no cogerlo. Nunca. Y eso que pasa cerca de la casa. Un año después de morir mi tío, hablando un día con mi tía, le comenté que llevaba un tiempo coincidiendo que miraba siempre las horas en momentos capicúa o similares y que me daba una sensación extraña y me dijo: ese es el tito que le gusta mucho jugar con los números y te manda recuerdos. Así que empecé a disfrutar esos momentos:  las 12:21, las 21:12, las 18:18 y la más divertida 11:11
Llegué a pensar si el autobús 111 no sería igual. Así que me planteé cogerlo un día. Pero no pude. Según lo vi acercarse me invadió una sensación de vacío,  de agobio. La desolación más absoluta rodando sobre la calle hacia mí. El  tío nunca me mandaría eso. Todavía no lo he cogido.  Hoy he decidido que nunca montaré en él. En ningún lugar del mundo.
No recuerdo si alguna vez lo he cogido en Madrid, pero si es así,  nunca más.

sábado, 28 de junio de 2014

Esperando a Budha


Los templos se elevan en todo el perímetro. 
Los pájaros vuelan de uno a otro elevando consigo los recuerdos del día. Apenas quedan unos minutos para que todo termine y están contentos. Ha sido un gran día. 
Budha les regala, como cada anochecer, esa media sonrisa que tanto les gusta. 
Traen calma y paz y sueños.

sábado, 14 de junio de 2014

De pronto escuchó a Pedro preparar la carretela. Le extrañó que lo hiciera a tan temprana hora, pero al ver la luz del sol se dio cuenta de que ya era tardísimo y que empacarle a Gertrudis, junto con su ropa, parte de su pasado, le habla tomado más tiempo del que se había imaginado. No le fue fácil meter en la maleta el día en que hicieron su primera comunión las tres juntas. La vela, el libro y la foto afuera de la iglesia cupieron muy bien, pero no así el sabor de los tamales y del atole que Nacha les había preparado y que habían comido después en compañía de sus amigos y familiares. Cupieron los huesitos de chabacano de colores, pero no así las risas cuando jugaban con ellos en el patio de la escuela, ni la maestra Jovita, ni el columpio, ni el olor de su recámara, ni el del chocolate recién batido. Lo bueno es que tampoco cupieron las palizas, los regaños de Mamá Elena, pues Tita cerró muy fuerte la maleta antes de que se fueran a colar.
Como agua para chocolate, Laura Esquivel.

Cuando alguien te regala un libro es como si leyeras a esa persona. Despacito

jueves, 12 de junio de 2014

Un sueño


Ya con 12 años acostumbraba a subirse a los árboles. No era como el resto de los niños que lo hacen por ser gamberros, ella lo hacía para sentir el vértigo en el estómago,  la sensación de vacío bajo sus pies, la temible acción de soltar una rama y coger otra y su momento de incertidumbre entre medias.
No era una aventurera, sólo le gustaba sentir. Con los años la sensación iba desapareciendo. Y subir a los árboles ya no le producía más que un sentimiento de añoranza.
Empezó a buscar otros lugares donde volver a sentir el vacío bajo sus pies. Probó en las montañas rusas de los parques de atracciones, subió al Teide y  al Everest, saltó en paracaídas,  hizo puenting. Nada. La sensación se parecía,  pero no. Un día, mientras iba en el tren cansada ya de buscar algo que daba por perdido,  que igual ni existía, que podría ser el recuerdo borroso de una infancia ya olvidada, paró. -No más. Buscaré un trabajo, compraré un piso en el centro y me quedaré quieta. En este momento el tren frenó en seco. Las maletas cayeron al suelo, algún viajero dio un grito. -¿Qué pasa? ¿ qué ha ocurrido?  ¿por qué nos hemos parado?  Preguntaba la señora de su lado. Y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no se podía mover. Estaba paralizada, la espalda apoyada en el asiento y las manos cruzadas sobre la piernas, completamente tensa, inmóvil como la piedra. Intentó gritar. Nada. Intentó mover los ojos,  las prestañas, las manos. Nada. -Mierda. Yo en realidad no quería quedarme quieta,  era solo una forma de hablar,  igual este verano me iba a hacer salto base a Sao Paulo...no,  por favor. Quiero sentirlo, quiero sentirlo una vez más. Sólo una más,  por favor. Ahí se abrió la puerta de la cabina y el maquinista cruzó con paso firme el vagón hacía ella. -¿estás segura de que no vas a parar hasta que lo encuentres?  ¿vas a seguir buscando siempre? Aún sabiendo que no podía moverse lo pensó. Muy fuerte,  con el corazón reprimiendo el grito-¡SIEMPRE! Y en ese instante su cuerpo inerte se relajó. -Muy bien,  ya tenemos el sueño de vuelta,  ahora podemos continuar el viaje. Dijo el maquinista.

jueves, 5 de junio de 2014

Tacones


Uno de los sonidos que más me fascinan en este mundo es el sonido de los tacones. Supongo que porque yo nunca los llevo. Recuerdo una vez esperando el metro en una de esas estaciones completamente insonoras. Apenas éramos tres o cuatro personas en el andén y fue uno de esos momentos en los que no se oía nada. Nada. Por un extremo del andén entró una mujer alta, con una falda de tubo y camisa y una especie de maletín en la mano, caminando sobre unos tacones aún más altos que ella y su sonido magnífico. Todos nos giramos. Nadie la miró a ella. Seguíamos el sonido de aquellos zapatos como si fueran una llamada a la salvación, una balsa en mitad del océano. Una sensación de tranquilidad recorrió la estación. De pronto, la mujer se paró. Y hubo un momento de angustia, terror, ansiedad. Hasta que se oyó el tren acercarse liberando la tensión de aquellos zapatos clavados en las baldosas. Desde entonces, cada vez que oigo unos zapatos busco a su dueña con los ojos y los cierro, y respiro el sonido acompasado de sus pasos hasta que se aleja.

lunes, 2 de junio de 2014

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! —y en esto soy irreductible— no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue —y no otra— la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. ¡María Luisa! ¡María Luisa!... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

Oliverio Girondo