Amanece en la ciudad y se cruza el mercado para llegar al
cole. Hay que llegar al cruce del cartel de coca-cola y luego girar a la
derecha y luego a la izquierda hasta llegar a una puerta verde. Las
clases son de bambú y paja y los niños corren sin control por todas partes. La
mayoría no tienen zapatos porque no los necesitan. Sonríen con los dientes
mellados y se los lavan después del snack (dragon fruit y platanitos). La
tarde transcurre más calmada, los niños mayores sonríen menos, juegan menos y
hablan más. Apuntan con sus manos al cielo para responder y esconden la cabeza
para no ser preguntados. El paso entre el orgullo y la vergüenza dura apenas un
segundo. Son afortunados y deben estar ogullosos. Son pobres, muy pobres, es la
única condición para entrar en la escuela y tienen tanta suerte… Tanta que
todavía no lo saben y probablemente nunca lo sabrán.
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