Imagina que tienes un hijo de 12 años. Imagina que va a la
escuela a aprender, a jugar. Imagina que un día entran unos señores con armas
en su clase y le dicen “Eh, tú, ahora eres de mi banda”. Imagina que lo matan
al poco porque sí.
Imagina que eres un costurero, tienes un pequeño taller,
para dar de comer a tu familia. Trabajas duro cada día, el negocio no va tan
bien como te gustaría. Imagina que un día vienen unos señores con armas a tu
taller y te dicen “Eh, tú, o me pagas 300€ a la semana o te mato a ti y a tu
familia”. Imagina que tienes otro hijo que ya ha cumplido 14 años. Imagina que
un día volviendo de hacer un recado lo paran unos señores con armas, se lo
llevan y le tatúan el símbolo de su mara en el brazo. Imagina que tu hijo se
escapa, a los días lo encuentran, le dan una paliza y le dicen “Eh, tú, que
tienes que ser de los nuestros, ya tienes un tatuaje”. Imagina que sales de tu
país, en busca de refugio, para tu familia. Pero sales sólo. En casa se quedan
tu mujer y el único hijo que se quedan escondidos para no ser atrapados por la
mara. Imagina que encuentras ese lugar después de cruzar andando dos países,
alquilas un cuarto, y trabajas duro para poder volver a por tu hijo. Imagina
que por fin tienes algo de dinero para traerlo, vuelves andando a por él y te
lo traes pero al ser menor de edad tienes que sobornar a todos los policías que
te vas encontrando para que le dejen continuar. Imagina que por fin llegáis al
cuartito. Imagina que cerca de ese lugar hay un sitio donde te pueden ayudar a
tramitar un visado de refugiado. Comienzan los papeles, meses de espera ilegal
en un país que no te quiere. Por suerte, en esta pequeña oficina van a
ofrecerte todo lo necesario para protegerte. Porque imagina que la mara que
persigue a tu hijo también está en el país en el que pides residencia. Imagina.
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