jueves, 14 de abril de 2016

Cuando era morena.


Cuando era morena tenía canas. Ahora tengo brillos. Ya he hablado varias veces de las rubias en este blog. Las dos rubias de mi vida valen por todas las morenas juntas. Quizás por eso no me asusté cuando Josu dijo que me teñiría de rubia. Además de ser mi peluquero es de las pocas personas que saben cuándo necesitas un cambio y no tiene porqué ser estético. Desde que soy rubia vivo al límite. Me despierto tarde, desayuno avena y friego los cacharros. A veces no me pongo zapatillas de estar por casa, aún a riesgo de que los pies se me queden fríos. Duermo con un nórdico de flores y casi nunca cuelgo las llaves en el cajetín destinado a ello, así que he perdido la llave de repuesto del coche que me compré en agosto pero conservo una moneda con canguros de mi viaje a Australia en el que no vi ningún marsupial. Ser rubia es agotador. Lo mejor de ser rubia es creérselo. Pasear por la calle mirando de reojo los escaparates con gafas oscuras con paso de diva on the stage pero con deportivas. Reír a carcajadas en los bares, aunque todos te miren, gritar cuando el vecino te asusta en el descansillo, sujetar la puerta para que no se le cierre al de detrás y dar las gracias por cada vaso de agua que te sirve el camarero son sólo algunos de los beneficios de ser rubia. Y es que, ser rubia, es una actitud. Nada tiene que ver con el pelo.

Os dejo el vídeo de una rubia, natural.

1 comentario:

Kramen dijo...

Lo que diga la rubia!!!