No escribo en febrero porque no me
gusta febrero. Punto. No me gusta la luz, ni la sensación, ni el color. No me
gusta el frío, ni las heladas, ni el aire. No me gusta el gris plomizo de sus
nubes.
Me gusta marzo, por la eme y por la zeta.
Me gusta porque es mi cumpleaños y el de mi abuela. Porque tiene mar. Porque es
naranja, como septiembre. Porque toca la Habitación Roja en Madrid.
Después de marzo llega abril, ligero, y
mayo, severo, abriendo las puertas de un verano: junio y julio y agosto y sus
tardes. Y otra vez septiembre y sus tatuajes y octubre, que no lo ves.
Noviembre tan feo como febrero y Navidad. Y un año más que se termina sin darte
cuenta porque hace tiempo que perdimos la sensación del tiempo infantil, esa
que no entiende que se te pase un año volando ¡Con la de cosas que tiene un
año! Esa que no puede resumir 366 días en una entrada de blog porque no sabría
por dónde empezar.
Y qué pena madurar, y qué divertido
hacer cosas de mayores, porque pasar la ITV es de mayores.
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