viernes, 24 de febrero de 2012

de la muerte


"En tanto, Alfredo proseguía su camino callado hacia la tumba. Nada importaba él.
Era menos que un grano de arena. Los hombres continuarían matándose por
Port-Arthur o muriendo por conseguir unas reivindicaciones sociales. La muerte de mi
amigo nadie la tendría en cuenta. Siquiera hubiera sido violenta merecería el aplauso y
el recuerdo de su acción, y tal vez una estatua en una apartada plaza pública si su
facción lograba la hegemonía. Mas él había desaparecido en óbito, silenciosa,
apagadamente y en la cama. (Tal vez el mundo acabaría dándose cuenta algún día de
que hay también héroes que mueren en la cama; héroes de esa clase que no buscan la
muerte ajena para satisfacer unas apetencias no siempre desinteresadas.)" 
La sombra del ciprés es alargada. 
Miguel Delibes


De un tiempo a esta parte y debido a las circunstancias acaecidas últimamente a mi 
alrededor, estoy adquiriendo una nieva percepción de la muerte. Todavía no tengo una opinión formada, más bien tengo un cúmulo de sensaciones que me persiguen. Además me estoy leyendo La sombra del ciprés es alargada que no es que sea una alegoría a la vida (o al menos hasta donde llevo leido). El libro es genial, me está gustando mucho y creo que es un buen momento para leerlo y reflexionar cada una de sus palabras en su contexto y en el mío. 
Nunca le he tenido miedo a la muerte. Y no lo tengo a día de hoy. Siempre he pensado que el día que me llegue lo sabré. Pero la parte que nunca he entendido es la de la muerte de otros. Las personas se mueren. Y se mueren amigos y vecinos y primos. Lo vemos desde que nacemos. Todos somos conscientes de eso desde muy pequeños. Pero de pequeños, la muerte pasa como por la esquina, la ves pero no te toca. Luego vas creciendo y entiendes que es ley de vida, que las personas mayores faltan y que las cosas tienen que ocurrir. Y de pronto un día te haces mayor y además de comprender las leyes naturales, te toca enfrentar la ausencia cara a cara. Y lo haces. Y nadie te enseña a qué hacer con todo lo que se te queda dentro. Y ahí se queda. Y aprendes de los que te rodean. Imitas los comportamientos como cuando eras niño, aunque no tengan ningún sentido para ti. Y sonries y lloras y bostezas y un día más te vas a la cama sin comprender cómo se dictan las leyes de la muerte. Sin querer comprenderlas. 
Sólo queda el recuerdo, y lo que haces con él. 
Me gusta abrir mis recuerdos y mirarlos despacito y como mi madre, pensar "cómo le habría gustado ver esto" . Y afirmar "Cómo le está gustando  ver esto". Por que si el recuerdo está conmigo la persona está conmigo. 
Y así es como voy por la vida, llena de recuerdos, que me acompañan cada día en mis tareas. A veces no cabemos por las puertas. Y algunos se quedan esperando en casa. Otros se vienen a la playa o al trabajo. Y los disfruto como si disfrutara de ellos en vida. Y me voy a la cama con una sonrisa y menos llanto.

1 comentario:

Sístole dijo...

"Me gusta abrir mis recuerdos y mirarlos despacito".

Me gusta que abras tus recuerdos y mirarte despacito.
Y quizás, sin darte cuenta tú ya has encontrado qué hacer con todo lo que se te queda dentro.
Sin que nadie te haya enseñado.