Ha sido imposible escribir durante el viaje, ha sido
imposible pararse, sentarse a mirarse por dentro, respirar. Ha sido imposible
porque si lo hacías te perdías algo. Llevo las postales en la maleta que tendré
que enviar desde Madrid y mogollón de alfajores.
Ha sido un viaje espectacular. No creáis que lo que he visto
me ha hecho sufrir, porque lo que me ha hecho es más fuerte, aunque tenga que
coger carrerilla en los próximos días. Aunque tenga que pararme a mirarme por
dentro, a respirar. Han sido unos días tan inmensos que empiezas a ser
consciente de lo pequeño que eres: una hormiga más entre todos los millones de
hormigas y que en tu mano está que poco a poco las cosas vayan cambiando,
aunque sean de a poquito.
También tengo anécdotas de las de hincharse a reír, como
dormir en una gasolinera, hacer fotos vestida de apicultora, un día de lluvia
en Iguazú y sentirte Forrest Gump viendo el agua subir y bajar y mojarte hasta
de lado, visitar las Salinas Grandes con un arqueólogo, comer chipás calentitas,
pasar 13 horas en un autobús, mirar el mapa y ver que no has recorrido ni una
décima parte del mapa argentino, conducir un coche por la carretera
Panamericana, caminar por un basural rodeada de jóvenes pandilleros escuchando
Rap y salir llena de picaduras de algo que dolía mucho, soplar polaroids,
cruzar los Andes ¡LOS ANDES!, que te pregunten qué idioma hablas en castellano,
elegir si eres de Boca o del River Plate, comer en el bar donde se firmó el
contrato de publicación de Cien años de Soledad, montar en helicóptero en
Brasil, huir de un coatí, ver tucanes, llorar de risa después de haber llorado
de rabia y pena, comer dulce de leche todos y cada uno de los días, y alfajores
casi todos, festejar la Pachamama… muchas cosas, tantas que quiero
redescubrirlas despacito.