Creo que aún no estoy preparada, pero cuando hablamos de la
muerte nadie lo está. Nunca. La muerte es sólo un estado. Líquido, sólido,
gaseoso, muerto. Feliz, triste, cansado, muerto. Agobiado, tranquilo, recto,
muerto. La única diferencia es cómo lo vemos los vivos. Siempre he pensado que
voy a vivir muchos años, hasta los 83 como poco, y eso me da tranquilidad y
calma. Hasta que te llaman un día y te dicen “eh, que tu amigo está muy malito”
y tú rezas, mandas fuerzas, sonríes, y vuelves a rezar aun cuando nunca has
creído en Dios. Y te coges el coche en un momento de paranoia y llegas a
decirle hasta pronto, con el alma, con los ojos, con las manos, esa mano tan delgada
que apenas es sólo hueso. Y se va. Y cae lapidante el peso de tu vida sobre su muerte, la responsabilidad de tus miserias, tus quejidos, tus miedos, tus
¿pero qué puta mierda es esto de vivir?, sobre su cuerpo que hace tiempo que ya
no es suyo. Y te jartas de llorar y vuelves a reír. Porque esto de vivir en
verdad es bonito. Porque en esto de vivir tienes la oportunidad de hacer todo
lo que quieras, hasta de encerrarte en casa a llorar. O vivirlo todo TODO como
hizo él, como sigue haciendo su mujer, como hará su hijo. Porque si tienes la suerte de conocer a alguien cómo
él sólo se puede disfrutar, brindar y seguir disfrutando.
Y es que, lo más importante que he aprendido en mis 31 años es a
vivir.