jueves, 30 de julio de 2015

El hombre del espacio interior.

Foto: Calacerrada, la Azohía, Cartagena, España.

Lo primero pediros que contestéis a la pregunta de la derecha. A partir de ahora os iré preguntando cosas. Tranquilos, no es para nada importante, sólo curiosidad.  
Este fin de semana he viajado sola. Bueno, en verdad quedé con V- en el camping, y  ha sido genial volver a verla después de 6 años. Ella ha sido el empujón que necesitaba para hacerlo. He conducido sola, he montado la tienda sola, he ido al centro de buceo sola, he ido a la playa, he cenado, leído, desayunado, dormido, todo, sola. Y creo que ha sido un error. Porque la experiencia ha sido tan increíble que no quiero volver a viajar con nadie. Lo mejor ha sido volver al camping después de 10 años y ver que todo seguía igual, ver a V-, a su familia y sentirme en casa. Reencontrarme con gente a quien conocía pero que nunca había visto allí y conocer un montón de gente más. Llegar e irme cuando me ha dado la gana, no quedar, no preguntar, no hacer nada que no me apeteciera. No comer por no cocinar, bañarme porque sí, cerrar los ojos, reír de felicidad. Tuve que alargar el viaje un día más porque necesitaba creerme lo que estaba haciendo. 


Hoy os pongo dos fotos de mi viaje. Una bajo el agua y otra de la tienda de campaña que me ha acompañado durante muchos años pero que ha encontrado su final en el inicio de mi independencia. Gracias por tantas noches.

Y una canción de regalo 


viernes, 17 de julio de 2015

El día que llegaste sin avisar.


"¿Cuándo te diste cuenta de que se nos había ido de las manos? El día que llegaste sin avisar. No tenía mucho tiempo. Da igual, teníamos un acuerdo. El problema fue que a mí no me importó. ¿El qué? ¿Qué no llamara? Ni que vinieras. Ya, bueno, no sé era tarde, tenía cosas que hacer y simplemente me apeteció pasar a verte. Pero no llamaste. No llamé. Ese es el punto en el que todo se fue a la mierda, porque tú viniste y yo te abrí. No te dije que te fueras. Accedí. No te entiendo, ya estás con tus cosas. No son mis cosas, son nuestras cosas, es nuestro acuerdo y lo rompimos. Está bien, no volveré a venir sin llamar. Ya no vale. Ya lo has hecho una vez. No pasa nada, no volveré a hacerlo. Pero ya lo has hecho. ¿¡Te quieres callar!? ¡qué más da que llamara o no! Vine sin avisar y a ti no te importó y eso confirma que esto ya no es lo que pensábamos, que ahora hay algo más, que aunque te joda, me quieres. No me jode. Pues reconócelo ya de una vez. Te quiero. Y yo a ti."

miércoles, 8 de julio de 2015

Compartir es vivir

Hace algunos meses leí un artículo en Facebook sobre niños. Los que me seguís en esta red social sabéis que me he radicalizado un poco respecto a algunos de estos post promadresfelices, pero este artículo me encantó. Hablaba de un montón de cosas. Una que me gustó mucho fue sobre no pedirle besos a los niños. Me violenta mucho ver a alguien besar, abrazar o coger a un niño sin su consentimiento. Y esto, en general lo llevo bastante a rajatabla. Eso no quiere decir que no sea cariñosa con ellos, al contrario, pero les dejo su espacio, su ritmo. Por respeto.

Pero lo que yo quería deciros es algo que no me gustó de ese artículo. Bueno, en su momento llegué incluso a estar a favor, pero pensando y repensando he cambiado de opinión. El punto en cuestión hablaba del conflicto “compartir los juguetes” y decía que no hay que obligar a los niños a que compartan sus juguetes. Creo recordar que lo justificaba bajo el argumento “qué pasa si alguien ya de mayor te pide tu coche y se lo tienes que dar porque tienes que compartir”. Pues bien, señores, compartir no es una obligación, es una forma de vida y los niños tienen que aprender que compartir no es un sacrificio si no una oportunidad. Porque ¿qué pasa si tú un día necesitas un coche para una urgencia y nadie te lo quiere prestar?.

Hace unos años en uno de mis viajes viví una experiencia increíble. Llevábamos horas caminando entre arrozales cansados, sedientos y llenos de barro tras algunos culetazos en el lodo. Llegamos a un río donde había unos diez niños bañándose, cantando y jugando desperdigados por la orilla. Enseguida vinieron a saludarnos, a reírse de nosotros por nuestra cara de matados y a pedirnos las botellas de agua vacías para, entre otras cosas, jugar.  Llevábamos unos dulces y unas magdalenas que habían traído mis padres desde España, regalo de mi abuela. Decidimos dárselas sin que nos las pidieran. La cara de los niños fue divertidísima, viendo aquellos dulces maltratados por los kilómetros y el sol. Algunos se arremolinaron y aunque no hubo ningún empujón sí que se vio alguna mirada pícara. Pusieron los dulces encima de una roca, hicieron un círculo y empezaron a comérselos con las manos. Pero no estaban todos. Algunos de los niños estaban teniendo dificultades para llegar hasta nosotros por entre las piedras del río. Entre bocado y bocado el resto les llamaba diciéndoles en su lengua que se dieran prisa. Y, aunque los más espabilados ya habían metido la mano un par de veces en la bolsa de pronto dejaron de comer y esperaron a que llegaran los rezagados.  Le habían guardado su porción, nadie había comido más de la cuenta. Cuando llegó el último comió exactamente igual que el resto. Todos reían con la boca llena de migas y los ojos vibrantes. También había una mujer de unos 30 años. A ella también le guardaron su parte aún cuando no había dicho ni una palabra. Cuando todos hubieron terminado llegó a comerse su magdalena.

Y eso es exactamente lo que quiero de mis niños. Y con “mis niños” me refiero a mis alumnos, a mis sobrinos, a mis amigos ya mayores. Porque compartir no es una obligación, es una forma de vida. Es disfrutar de lo tuyo con los demás, es saber que cuando tú lo necesites ellos estarán ahí animándote para que llegues y esperándote. Porque eso es lo que tú harías por ellos.

El mundo en el que vivimos es individualista, egoísta y antisocial. Y de nosotros depende minimizar eso en el día a día.

Nuestros niños tienen de todo. DE TODO.  Y si su juguete favorito se rompe porque lo han compartido con otros niños pues qué mala suerte. Pero más triste es tirarlo dos años después, nuevo, porque ya no lo usa. Debemos enseñar a nuestros hijos a jugar con los juguetes de los otros niños a tratarlos con cuidado y respeto y a compartir. Sobre todo a compartir.

viernes, 3 de julio de 2015

Se nos pasó un año.



Se nos pasó un año. Durmiendo de espaldas, cansados los viernes. Eligiendo vacaciones para Semana Santa. Sin quejarnos del frío, de los platos sucios y que no queda leche. Un año.